Desde que apareció Internet, y sobre todo, desde que llegó la era de las redes sociales, todo el mundo vio la posibilidad de compartir opiniones sobre distintos temas del acontecer local, nacional e internacional, así como cuestiones que van desde lo banal hasta lo trascendental.
Uno bien sabe que los temas más polémicos siempre generan los debates más acalorados. Política, religión, economía, cultura, arte, música, deporte, son tópicos que siempre han encendido a la gente y que muchas veces terminan en descontentos y hasta agresiones verbales e incluso físicas.
A poca gente le gusta perder una discusión. De hecho, hasta donde yo conozco a las personas, no hay nadie a quien no le guste ganar.
Sin embargo, hay que saber distinguir entre buenos perdedores y malos perdedores. Los primeros, aunque no les guste, suelen aceptar que se han equivocado, o al menos piensan que, aunque no los han convencido del todo, el otro tiene derecho a pensar diferente.
En cambio, los malos perdedores se caracterizan por perder los estribos. Cuando saben que van perdiendo en una discusión, comienzan a utilizar falacias, es decir, argumentos tramposos para tratar de engañar, persuadir, manipular, sobajar o humillar al contrincante.
Una de las falacias más comunes es el conocido como “argumento ad hominen” o “argumento contra el hombre” que consiste en atacar a la persona en vez de dirigirse al argumento que el contrincante está exponiendo.
Así, por ejemplo, si alguien dice que “ver televisión durante más de 8 horas diarias puede provocar daños neurológicos” y yo lo trato de desacreditar diciendo: “pero mira este tonto, si es un loser total, qué va a saber”, estoy desviándome del argumento y atacando a la persona, por lo tanto estoy cayendo en la falacia ad hominem.
En la siguiente tabla vemos algunos ejemplos de este tipo de desacreditaciones falaces que son muy comunes encontrar en redes sociales y que se han llamado “argumentos infantiles”, aunque uno pensaría que ni siquiera los niños las usarían: