A nuestros padres sólo los tendremos una vez en la vida y después se marcharán. Sí, compréndelo bien, no evites esta verdad, por más dura que sea, afróntalo, se irán para siempre, pues nada es eterno, ni siquiera ellos que parece que siempre están para ti.
No todas las personas han tenido la fortuna de tener unos padres que les hayan dado la vida. No importa cómo sean los tuyos, todos tienen sus defectos, pues no hay nadie en este mundo que sea perfecto, ni tú ni ellos, a nadie se le puede exigir esa condición.
Si tú entraste en este artículo, por su título seguramente es porque tú sí tienes la fortuna de tener unos padres, así que dale gracias a la vida o a Dios, si es que crees en él, por haberte dado su cobijo y su calor.
A veces, lo que más esperan los padres es que sus hijos se acerquen a ellos. Los padres no siempre saben cómo hablar con nosotros, o no siempre se atreven, por pena o porque piensan que nos vamos a enfadar.
Mi padre siempre me ocultó que en ocasiones le daban ganas de darme un abrazo pero nunca me lo decía porque creía que yo le iba a decir que ya estaba muy grande para eso. Ahora yo soy quien se los da cada que puedo, porque lo quiero valorar mientras lo tengo conmigo.
Esta historia, a manera de metáfora, te ayudará a comprender mejor cuál es la valía de tener a unos padres en tu vida. Seguramente la comprenderás cuando la leas y no necesitarás que nadie te la explique.
El árbol de las manzanas.
Hace mucho tiempo existía un enorme árbol de manzanas. Un pequeño niño lo apreciaba mucho y todos los días jugaba a su alrededor. Trepaba por el árbol, y le daba sombra. El niño amaba al árbol y el árbol amaba al niño. Pasó el tiempo y el pequeño niño creció y el nunca más volvió a jugar alrededor del enorme árbol. Un día el muchacho regresó al árbol y escuchó que el árbol le dijo triste: «¿Vienes a jugar conmigo?». Pero el muchacho contestó: «Ya no soy el niño de antes que jugaba alrededor de enormes árboles. Lo que ahora quiero son juguetes y necesito dinero para comprarlos». «Lo siento, dijo el árbol, pero no tengo dinero… pero puedes tomar todas mis manzanas y venderlas. Así obtendrás el dinero para tus juguetes». El muchacho se sintió muy feliz. Tomó todas las manzanas y obtuvo el dinero y el árbol volvió a ser feliz. Pero el muchacho nunca volvió después de obtener el dinero y el árbol volvió a estar triste. Tiempo después, el muchacho regresó y el árbol se puso feliz y le preguntó: «¿Vienes a jugar conmigo?». «No tengo tiempo para jugar. Debo trabajar para mi familia. Necesito una casa para compartir con mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?». «Lo siento, no tengo una casa, pero… puedes cortar mis ramas y construir tu casa». El joven cortó todas las ramas del árbol y esto hizo feliz nuevamente al árbol, pero el joven nunca más volvió desde esa vez y el árbol volvió a estar triste y solitario. Cierto día de un cálido verano, el hombre regresó y el árbol estaba encantado. «Vienes a jugar conmigo?», le preguntó el árbol. El hombre contestó: «Estoy triste y volviéndome viejo. Quiero un bote para navegar y descansar. ¿Puedes darme uno?». El árbol contestó: «Usa mi tronco para que puedas construir uno y así puedas navegar y ser feliz». El hombre cortó el tronco y construyó su bote. Luego se fue a navegar por un largo tiempo. Finalmente regresó después de muchos años y el árbol le dijo: «Lo siento mucho, pero ya no tenga nada que darte, ni siquiera manzanas». El hombre replicó: «No tengo dientes para morder, ni fuerza para escalar… ahora ya estoy viejo. Yo no necesito mucho ahora, solo un lugar para descansar. Estoy tan cansado después de tantos años…». Entonces el árbol, con lágrimas en sus ojos, le dijo: «Realmente no puedo darte nada… lo único que me queda son mis raíces muertas, pero las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven, siéntate conmigo y descansa». El hombre se sentó junto al árbol y éste, feliz y contento, sonrió con lágrimas.